lunes, 20 de febrero de 2012

Oleo- Cotopaxi 100 cm. X 67 cm. tela lona

Los glaciares desolados. Esos mantos níveos que una vez perennes ahora dejan ver bajo su tenue capa las gargantas profundas de la montaña. Las entrañas del mundo vomitan el fuego inmortal del núcleo a través de las grietas escondidas entre los deshielos del páramo emanando como brotes salvajes. Un tajo de tierra húmeda y suave escapa de lo que un día era un cono perfecto, una simetría de belleza pura que se alzaba sobre todos los tiempos mirando desde las magníficas alturas la desbordada naturaleza puesta a sus estribaciones. Hace millones de años los cóndores hacían nido en los parajes amarillentos y verdes, en los picos de las laderas escarpadas y en las piedras adormecidas por un montón de erupciones ancestrales. Los mismos hombres adoraban el manto blanco que cobijaba tus entrañas, salían desde las dunas y desde las chozas con las vírgenes del sol y de la luna en procesiones bailando y cantando, bebiendo la sangre cosechada en tus raíces.

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